Aunque no te hayan hablado de él, Josep Renau es una de las figuras españolas más influyentes del siglo XX. En Valencia tiene un mural dedicado a él.
En una guerra, el arte es un arma más. La tinta y el pincel son una bala dirigida a la moral, no tan certeras como el impacto del proyectil, pero igual de válidas como herramientas. Esa otra guerra, donde las trincheras se convierten en estudios, despachos e imprentas, también se vivió durante la Guerra Civil Española y en sus filas, Josep Renau era el coronel.
La España de 1936 a 1939 no se entiende sin el trabajo de este valenciano, fotomontador, pintor y republicano. Eliminar su aportación dejaría un absoluto vacío en la historia y, sin embargo, pocas veces se habla de él. Sin Renau probablemente no hablaríamos del Guernica, el Museo del Prado no tendría la colección que hoy atrae a 3 millones de visitantes y la propaganda de guerra no se habría estudiado en las escuelas.
Con 29 años y al poco de terminar sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, un fuerte compromiso por la República le llevó hasta el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes como director de este último apartado un 9 de septiembre de 1936. La guerra ya había tocado a la puerta y su objetivo principal era la protección, difusión y fomento del patrimonio artístico y cultural del país.
A las dos semanas de estrenar el cargo se puso en contacto por carta con Pablo Picasso, que ya era un artista consagrado y había trasladado su residencia a París, para trasladarle una oferta que al pintor le faltó tiempo para aceptar: la dirección del Museo del Prado con un sueldo anual de 15.000 pesetas.
El ‘sí’ del malagueño disparó las ambiciones de Renau, que acto seguido se dirigió a París para convencer al resto de artistas influyentes como Joan Miró o Julio González para que participaran en la histórica exposición internacional de 1937 en la que el gobierno de la República mostró al mundo el conflicto bélico español. Solo había una condición: cada artista expondría alguna obra concebida exclusivamente para el evento o una ya finalizada.
«Podía regresar a España tranquilo y bien seguro de lo principal: hiciera lo que hiciera Picasso para nuestro pabellón, era ya indudable que la resonancia de su enorme personalidad redundaría en la simpatía y credibilidad hacía la causa de la República en importantísimos círculos intelectuales que hasta entonces no habíamos logrado alcanzar con los medios normales de la propaganda y de la información», explica Renau en el libro Viñetas en el frente. Era el 37 y a Picasso le nació el Guernica.
El compromiso social y político del valenciano dejó también dos hitos culturales que no debemos olvidar: un papel clave en la protección de las obras del Museo del Prado, con un primer trasladado a Valencia y después a Ginebra para evitar los bombardeos, y una excelente carrera como cartelista y fotomontador con participación en publicaciones como Orto o Nueva Cultura.
Una gran parte de los carteles del pabellón de España del 37, así como octavillas del bando comunista de la Guerra Civil, son suyas. Pero también lo son posters de los años 30 como el que promocionaba los trampolines del balneario Las Arenas de Valencia o los que creó como crítica anti-Establishment durante su exilio en México en The American Way of Life.
De México se marchó a Berlín del Este en 1958, donde continuaría su trayectoria como un infatigable artista multidisciplinar y padre de la era pre-Photoshop en revistas, películas y murales al aire libre. Y allí se quedó hasta su último día. Cuando tenía previsto regresar definitivamente a España para trabajar en su taller de Manises, un 11 de noviembre de 1982 se rompieron las tijeras, se secó el pincel o simplemente, Renau descargó completamente su fusil.
Foto: tichr / Shutterstock.com