No importa si es primavera, verano, otoño o invierno. Con el paso de los años y el crecimiento, la tendencia se confirma: Valencia, como ciudad, se está convirtiendo en una gran caldera. Hasta 7 grados de diferencia a una misma hora se pueden registrar entre puntos del centro de la ciudad y zonas periféricas, como confirma un reciente artículo del periódico Las Provincias.
En paralelo al desarrollo de las grandes ciudades, estas se están transformando en calefactores urbanos debido al tráfico, los edificios y la industria, según señalan los expertos. Y para darse cuenta, solo hay que echar un vistazo a las temperaturas.
Mientras en Viveros se registraba hace unos días una temperatura de 6,7 grados durante la noche, en el aeropueto de Manises, en un terreno más despejado, se llegaba a los 1,3 ºC. Un fenómeno del que nos podemos dar cuenta con solo mirar el termómetro del coche durante los trayectos entre el centro y la periferia.
Además del calentamiento global y el efecto «isla de calor», entre las causas que provocan esta situación se encuentra la falta de espacio entre el mar y la ciudad, con un litoral cubierto de edificios en sus primeras líneas.
Como termoregulador natural que es, el mar y el viento podrían llegar a zonas más al oeste de la ciudad si no hubiera tantas edificaciones. De esta forma se podría refrigerar el centro de la ciudad y disminuir la diferencia térmica progresivamente hacia el interior, sin crear un núcleo de concentración de calor como sucede ahora.
Una anomalía que solo ha empeorado desde que existen registros históricos de la ciudad. En ellos se puede ver que en 1940 se contabilizaban 86 noches frías (por debajo de 7 grados) Entre 2010 y 2017, solo se registraron 3. ¿Estamos a tiempo de poder solucionarlo?
Foto de portada: Dasoaz (Flickr)