¿Cómo? ¿Que en la jungla de asfalto que es Valencia hay un islote? Sí y no, vamos a explicarnos. Hace cuatro décadas la zona este de la ciudad no tenía nada que ver con lo que es ahora. Era de esas zonas a las que tu abuelo llama «antes todo esto era campo«, rodeada de huerta y naranjos.
Un buen día de 1962 se inauguró un conjunto de bloques de pisos en mitad de los campos de Algirós. La construcción suponía el principio del fin de la huerta de Valencia, que progresivamente iría perdiendo terreno hasta convertirse en inexistente 3 décadas después. Las imágenes de aquel cambio son cuanto menos impactantes.
Esos edificios se utilizaron para realojar a personas que vivían en chabolas y a familias damnificadas por la riada del 57. También acto seguido se daría rienda suelta a la construcción del famoso paseo de Valencia al Mar, que conectaría la ciudad con los poblados marítimos. Hoy esa avenida se llama Blasco Ibáñez.
Ha pasado de ser un barrio repleto de solares que lo atravesaba una acequia, Mestalla, con una vaquería, una cuadra de galgos, una fábrica de fundición y ahora tiene 12 jardines con sus respectivos parques infantiles, dos centros de salud, un ambulatorio, tres colegios públicos, dos institutos, centro de día y muy bien comunicado con cuatro líneas de EMT y estación de metro.
Actualmente el islote urbanístico ha sido devorado por un mar de cemento y los pisos entre las calles Crevillent y Alguer pasan desapercibidos para el que no vivió aquella época. Donde antes solo pasaba una acequia, al de Mestalla, ahora hay 12 jardines, colegios, ambulatorio, estación de bus y línea de metro. Un claro ejemplo de que la Isla Perdida es y será un testimonio claro y simbólico de la transformación que ha sufrido la ciudad de Valencia en los últimos 40 años.