Comerte uno era como darle pizza con piña a un napolitano.
En Valencia hay una asignatura que no se imparte en el colegio ni en la universidad, pero de la que aprendes y te examinas toda tu vida. Un conocimiento que tu abuela se encarga de introducir, luego las eternas sobremesas de domingo te refuerzan, y del que finalmente te gradúas cuando un socarrón grupo de amigos te lanza a los leones (o más bien, al fuego de una paella). Nadie le pone nombre, pero bien podría llamarse Educación para la valencianía.
Y es que a un valenciano hay dos cosas que no se le pueden tocar: el bolsillo (como a todos) y la gastronomía. A través de comentarios, lecciones de tus padres y mordaces críticas al talento forastero, el valenciano desarrolla un carácter ortodoxo en torno a la cocina. Por eso, sabes que siempre la paella es pollo y conejo, y de ahí que un signo de alerta siempre se active en tus adentros cuando oyes la palabra «paella valenciana» más allá de las Hoces del Cabriel.
En base a esto, me pregunto qué pensó el primer niño valenciano que se comió un ‘Muaki’. Porque hacerle eso a la horchata con fartons era como darle pizza con piña a un napolitano.
Puede que no los recuerdes, pero los ‘Muakis‘ eran una versión bollycao del farton típico. Relleno de crema de cacao, este producto se lanzó en 2001 con dos anuncios que seguro han quedado grabados en tu retina y en la historia de la televisión valenciana. Albelda, el exjugador del Valencia, ejercía de estrella con su xicons, voleu uns ‘muakis’ en uno de ellos (desaparecido de los archivos de YouTube); el otro, un esperpéntico spot con niños pidiendo a gritos el famoso bollo.
Entraron en el mercado a bombo y platillo, pero salieron sin pena ni gloria. ¿Por qué no triunfaron? La empresa que los comercializó dice que se equivocaron de época. Según su fundador, se sacaron al mercado en un momento en el que el chocolate estaba en horas bajas, demonizado por los Bollycaos y por ser un ingrediente «muy calórico y poco saludable«. Pero, nosotros, tras darle una vuelta al carácter valenciano, nos inclinamos más por dos razones que en el fondo chocan con el apego de lxs valencianxs a su cocina.
La primera de ellas es clara: la horchata con chocolate simplemente no casa. Al igual que le sucede a la paella mixta o el ‘gin-tonic’ con pepino y canela. Si los fartons ya de por sí empachan, si les metes chocolate, ya no cenas. Además, para un servidor que los probó, la mezcla entre el dulce de la chufa y el dulce del chocolate te dejaban un sabor un tanto pelicular en la boca.
Y otra, que el valenciano es muy suyo. Igual que no triunfaría una paella mixta congelada o un all i pebre de bote, unos fartons tan innovadores estaban condenados a un estrepitoso fracaso. Y es que nos gusta innovar, pero no en el papeo.
Va en nuestro ADN y quizás por eso, todas las recetas autóctonas siguen fieles a la tradición. El sabor y texturas han perdurado con el paso de los años. En definitiva, el nuestro es un proteccionismo justificado viendo las aberraciones gastronómicas que se sirven por Europa.