La España faraónica tiene un monolito dedicado en una de las entradas a Valencia. Una piedra conmemorativa en forma de torre con un mirador en todo lo alto y en el centro de la madre de todas las rotondas de la ciudad. Su propósito inicial: mirar al mar.
Su realidad: el abandono y los sobrecostes. 9 años y 24 millones de presupuesto – 10 más de lo presupuestado – que le han dado el título de la rotonda más cara de España.
Esa es la verdad de la torre moderna más famosa de Valencia, en la zona que une la Avenida Cataluña con la carretera V-21. Miramar tiene 45 metros de altura y puede albergar a 160 personas en su interior.
Se acabó de construir en 2009 en una obra del Ministerio de Fomento y solo estuvo abierta al público 3 meses. La diferencias sobre su gestión y mantenimiento entre los distintos gobiernos centrales y locales han hecho de este edificio de uno de los más odiados de la ciudad.
Su paso inferior lo recorren a diario miles de coches, pero sus paredes siguen llenas de grafitis, basura y malas hierbas. Un escenario degradado que ha creado un ambiente ideal para exploradores de lugares abandonados, como la expedición de Enrique Escandell como fotógrafo para la página Verlanga.
Y lo más fuerte es que, cuando llegas a lo alto, a esa caja de cristal negra, ver lo que es el mar, se ve poco. La vista da al descampado (y parking) de Tarongers, a los edificios de la zona y universidades. El Cabanyal y La Malvarrosa, por desgracia, se intuyen en el horizonte. Así que las perspectivas para ti como visitante y para el futuro del edificio no son muy prometedoras.
Dicen que algunas personas pudieron subir hasta arriba durante los primeros días antes de que el ascensor dejara de funcionar. Ahora el Ayuntamiento de Valencia espera recuperar el espacio una vez el gobierno central ejecute las obras pendientes para rehabilitarlo y dignificarlo.
Foto de portada: Foto: Eduard Bezembinder
(CC – Flickr)