Él se negaba, pero las autoridades lo arrastraron hasta el tablado. Tenía que cumplir con su cometido. Frente al verdugo, una mujer esperaba para ser ejecutada. Era 1959 y, por medio del garrote vil, el gobierno franquista imponía su castigo a Pilar Prades, protagonista de una de las historias negras de Valencia y última mujer ejecutada en España.
Este macabro hecho ponía fin a la conocida como «La Envenenadora de Valencia«. Quienes han investigado su caso la definen como paciente, fría, metódica y calculadora. Pero, ¿qué hizo exactamente Pilar Prades para causar tanto temor en la ciudad?
A mediados del siglo XX, cientos de mujeres con escasa formación abandonaban sus pueblos de origen para ir a trabajar a la ciudad como sirvientas. Entre ellas se encontraba Pilar, a la que la familia Vilanova contrató con 26 años. Al poco tiempo, cómoda en su ambiente y atraída por los negocios familiares, decidió que quería ser alguien más que la chica de servicio. Solo había un impedimento: la señora de la casa, quien se ocupa de la charcutería familiar. Y en el arsénico encontró su mejor aliado.
Para reemplazarla, envenenó a la mujer utilizando esta sustancia como condimentos en caldos e infusiones. Al principio, la señora Vilanova notaba solo un repentino dolor de estómago. Así que continuó con el método y días después, con males más agudos, murió en la cama sin que los médicos pudieran hacer nada. El trabajo estaba hecho. Parecía que había llegado su momento para ser más importante en la familia.
Sin embargo, para sorpresa de la asesina, fue despedida al cabo de un tiempo por el viudo dejándola con las mieles del éxito en los labios. No le gustó a este su afán de protagonismo. Más tarde, volvió a ser contrata por otra familia, donde repitió de nuevo la jugada. Lo intentó con la cocinera y posteriormente con la señora. Pero esta vez le salió mal: fue descubierta y denunciada ante la policía.
Estudios sobre lo sucedido destacan que el caso de Pilar Prades no es uno de los tantos sobre asesinos corrientes. Sus métodos dejaron intranquila durante un tiempo a gran parte de la ciudad, ya que muchas familias no confiaban en las chicas que trabajan en casa.
Tras ser detenida, Prades se negó a reconocer los hechos y aceptar una pena de cárcel entre 12 y 16 años de prisión. Es por eso que, por los métodos de gran frialdad empleados, se decidió imponerle un castigo «ejemplar» para la época: la pena capital.
Fuente: Khronos Historia
Foto de portada: Khronos Historia