
En la era del algoritmo, la cultura se crea a imagen y semejanza del individuo. 10 euros al mes en Netflix te dan acceso a un catálogo de unos 1.500 títulos entre películas y series en el que la primera elección será determinante. Redes de datos te podrán el trabajo fácil con una norma básica: «si le ha gustado x, le gustará y«. Ya estás en el bucle y hasta se producirá contenido a partir del big data que has generado. Es la cultura bajo demanda que también practican plataformas como Amazon, Spotify o HBO.
Al otro lado de la pantalla, donde la realidad supera a lo virtual, hay espacios en los que existe la personalización humana, donde el tú a tú cultural se comparte en torno una pasión común: el séptimo arte. Stromboli (C/ Centelles, 17) es uno de esos lugares de Valencia donde se mantiene vivo el espíritu más puro de un videoclub, que no es otro que un punto de encuentro entre personas con inquietudes y afinidades.
Detrás de este volcán cinéfilo está Daniel Gascó, propietario y co-fundador junto a su hermana. 12.000 títulos llenan esta videoteca de Ruzafa, lo que da casi una proporción de una película por socio, y su filosofía siempre ha sido ser el «antivideoclub«.
«Nunca he estado en una federación de videoclubs porque quería crear un espacio con otro carácter. Menos comercial, sin carteles promocionales de películas. Simplemente el hogar de los curiosos, de la gente que tiene curiosidad por el cine, que tiene un trato personal conmigo que no quiere romper, con afecto y amistad y ambiente de tienda de barrio«, explica Gascó.
6 son los videoclubs que quedan en la ciudad de Valencia. El suyo es el único dentro de la almendra central. Además de un amplísimo catálogo, la receta de la supervivencia de Stromboli está en la pasión e intensidad con la que se trabaja.
La constante búsqueda de películas imposibles por todas partes del mundo repele el aura mortecina que rodea a este tipo de negocios. Aquí no se trabaja con distribuidoras, sino Daniel es el que bucea en archivos de coleccionistas, tiendas extranjeras y programaciones de festivales para encontrar ese DVD que se merece estar en su galería. En ocasiones incluso lo subtitula él mismo y de esa exhaustiva criba se crea el perfil militante de su público, que recurre a Stromboli cuando tiene cualquier capricho cinematográfico.
2,5 euros es el precio único de alquiler durante 48 horas. No hay más rangos para no despreciar ninguna etapa del cine en un inventario en el que se pueden encontrar rarezas como El liquidador (The Adjuster), de Atom Egoyan, una película que le llevó a Gascó meses encontrarla y acabó consiguiendo en Estados Unidos por 35 euros; o Szamanka, una película polaca de Andrzej Żuławski, que procede de una edición limitada y numerada única en el mundo.
Pero el impacto de esta videoteca trasciende más allá del barrio de Ruzafa. Stromboli sirve a Valencia como uno de los mejores archivo de películas de España y organiza eventos como el «Cine Incógnito» de La Rambleta o las proyecciones de cine «a ciegas» en el certamen de “Cultura als Barris” del ayuntamiento, entre otros.
Así que si el carrusel de Netflix te parece predecible y aburrido, puede que este videoclub te haga emocionarte de nuevo. Y por eso, como dice su creador, «es un tesoro que hay que mimar». «Si espacios como este desaparecen, la ciudad de vuelve menos interesante y social. Habría que apoyar a los videoclubs, por la gente más que las ciudades», reflexiona Gascó. Y ya son 14 años ganándole la partida al algoritmo.
Foto de portada: Ángel Castillo