Acerca de Valencia hay muchas leyendas, de las que iremos hablando también aquí. Ya conocemos por ejemplo la que supuestamente es la razón por la que el murciélago es el animal característico de nuestra ciudad, nuestro Rat Penat. Hoy vamos a hablar de algo que no se sabe si es realidad o mito. Una historia que habla de lo que podría haber dentro del caballo de la escultura de Jaime I.
Todo valenciano que se precie conoce la escultura del Parterre dedicada al rey que reconquistó la ciudad para los cristianos. Es una figura imponente de 11 toneladas y media, hecha de bronce proveniente de los cañones del castillo de Peñíscola.
La estatua se colocó en su pedestal en enero de 1891 y se inauguró oficialmente el 20 de julio del mismo año. Es obra de los escultores catalanes Agapito y Venancio Vallmitjana, los más prestigiosos del momento. Y el caballo pertenecía a un hombre, un transportista de Marxalenes llamado Rafael Martí. Era un animal verdaderamente espléndido.
El transportista estaba encantado con la idea de que fuera su animal el que llevara a lomos a Jaime I, así que solía acudir siempre que podía al taller de los escultores para ver cómo iba la obra que inmortalizaría a su caballo.
El tesoro dentro del caballo
Martí había sido soldado miñón, una especie de milicia urbana contra los delincuentes, y era un pasado del que se sentía orgulloso. Siempre llevaba consigo la gorra que lo identificaba como tal, y cuando acudió a la fundición en el momento en el que vertían el bronce sobre el molde la lanzó al metal líquido para que fuera tan eterna como la figura del caballo.
Lo que supuestamente olvidó es que en esa gorra estaban los ahorros de toda su vida: mil pesetas, que en la época constituían una pequeña fortuna. Dinero que, obviamente, habría quedado indisolublemente unido al resto de la estatua. Por lo tanto, dentro del caballo de Jaime I podría existir un tesoro de verdad: el legado de un humilde soldado orgulloso de lo que fue.