De entrada, El Embarcadero tiene lo suficiente para dedicarle un artículo en esta página. Valencia es escenario y protagonista de la última producción de Movistar+ con Atresmedia y Vancouver durante los 8 capítulos que completan la primera temporada. Pero al mismo tiempo no haría justicia a la serie quedarnos en la superficie descubriendo solo los enclaves y edificios reconocibles que en ella aparecen.
La historia parte del aparente suicidio de Óscar (Álvaro Morte), marido de Alejandra (Verónica Sánchez) y acaba convirtiéndose en un thriller emocional en el que la muerte al final es lo de menos. El problema es otro, más fuerte y visceral, es otra mujer; otra casa; otra vida escondidas durante 8 largos años.
¿Se puede amar a dos personas a la vez? La serie sumerge de lleno a Irene Arcos (en el personaje de Verónica) junto con los otros dos protagonistas en esta pregunta y los conduce hasta sus entrañas psicológicas. El espectador, que por momentos se llega a olvidar de si Óscar lo han matado o se ha suicidado, mira de frente a una educación sexual, unos prejuicios y una moral que durante años no se ha cuestionado y que, tras ver el relato, puede poner en duda. Y, en medio de todo esto, debe ordenar la historia a partir de continuos saltos temporales.
Gran parte de culpa la tienen Álex Pina y Esther Martínez Lobato, guionistas de El Embarcadero y La casa de papel, que han despojado al mito de los trios amorosos de todas sus variables tradicionales. Y es que hay quien puede sentirse violento por la actitud inicial del personaje de Álvaro Morte de construir una vida paralela con otra mujer a 20 kilómetros de casa. Pero, seguramente, en el ecuador de la primera temporada se acaba comprendiendo su situación, la de amar a dos mujeres por igual y, a la vez, de forma tan distinta. Y eso se debe en parte a Morte que, como en La casa de papel, consigue generar simpatía en esa imagen del yerno perfecto.
La serie también pone frente al espejo otras disyuntivas como la relación campo-ciudad que tanto se ha abordado ya en el terreno del cine. Eso se representa en dos escenarios claramente diferenciados, pero que no podían haberse elegido mejor para la Valencia de hoy. La modernidad es la avenida de Francia, con sus altos edificios y la Ciutat de les Arts como reclamo turístico; la tradición, no puede ser más profunda que la de la Albufera y su toda idiosincrasia.
Y, sin embargo, es el paisaje tradicional, el de la huerta, donde se dan los conceptos más actuales del amor: las relaciones abiertas, la doble vida de Óscar o la diferencia entre sexo y amor.
Saliendo un poco del hilo argumental, la serie está realmente lograda. Estamos ante una de las mejores producciones de Movistar+ hasta la fecha en el aspecto visual. Por momentos puede recordarnos a las marismas de La isla mínima o las oscuras zonas rurales de Louisiana en la primera temporada de True Detective. Pero todo con un aroma mediterráneo y alegre que, pese a que un crimen sobrevuela los 8 capítulos, quita ese tono lúgubre de las otras producciones.
Los escenarios de Valencia que se reconocen fácilmente en la serie, aparte de los ya mencionados, son la playa de El Saler, la huerta de Sant Pau y la localidad de Sueca. Situar la acción en esta zona, donde predomina el cultivo de arroz, ha marcado los tiempos de producción del film para mantener la coherencia visual y temporal, según explica parte del equipo de producción.
Si hay que ponerle un gran «pero» a El Embarcadero es que tenga una segunda temporada pendiente. No aparece necesaria pudiendo crear una miniserie con más capítulos o con un desarrollo más ligero. Aún así, pronto seguiremos disfrutando de Valencia en la pequeña pantalla.