Las vistas que nos ofrecen las calles de Valencia han cambiado con los años. Las cadenas de comida rápida y las grandes tiendas de marcas de ropa fabricada en China han tomado muchos de los locales que antes albergaban comercios tradicionales donde compraban nuestras abuelas y nuestros padres. Son los efectos de la globalización y del auge de las nuevas tecnologías. En esta lista, cargada de nostalgia, hacemos un repaso de los negocios más emblemáticos que hemos perdidos en los últimos años.
Pastelería Santa Catalina, antigua ‘Casa del Panquemado’
Amparo Agustí fue la aprendiz de los primeros dueños de la ‘Casa del Panquemado’, una pastelería situada en un edificio de 1920 y que era famosa, como su nombre presume, por sus panquemados, cocas de pasas y nueces y demás dulces tradicionales valencianos que no solían encontrarse en otras confiterías. Cuando los dueños se jubilaron, Amparo tomó el relevo y durante más de 30 años ha llevado este negocio, pero la subida de los precios del alquiler en la zona la ha obligado a cerrar sin más remedio al acabar 2019. «Lo peor ha sido llamar a quienes habían encargado roscones de reyes por adelantado para decirles que no se los vamos a poder hacer ya», explicaba a Las Provincias.
Bicicletas El Belga
Después de tres generaciones, el comercio electrónico ha acabado poniendo fin a esta mítica tienda de bicicletas de alta gama. Todo comenzó con un taller en el barrio del Carmen en 1947, que se trasladaría a una tienda en la calle Llano de Zaidía en 1981, y que 72 años después, se ha visto abocada al cierre a finales de 2019. «Me entra congoja ver que se va a cerrar después de tantos años», contaba a Las Provincias Vicente Martínez hijo al anunciar el cierre.
Tienda de abanicos Nela
La falta de relevo generacional ha sido el motivo de que esta mítica tienda de abanicos de la esquina de la Plaza de la Reina con la calle San Vicente Mártir haya acabado echando el cierre en diciembre de 2019, según se explicaba en Las Provincias. Se trataba de uno de los comercios de abanicos más famosos de Valencia, que comenzó en 1934 y que desde hace 41 años regentaba Manuela y su marido Gonzalo.
Nácher Fotografía
La democratización de la fotografía digital acabó con las tiendas de fotografía analógica. Es lo que hizo palidecer a un comercio casi centenario, Nácher Fotografía, que aguantó hasta 2014. La empresa se fundó en 1922 de la mano de Pascual Nácher, quien sería el primero de las tres generaciones que posteriormente continuaron con el negocio, haciendo de su apellido uno de los más relevantes del sector. «La gente hace muchísimas fotos, más fotos que nunca, pero nadie revela nada«, lamentaba Alfonso Nácher, nieto del fundador, a valenciaplaza.com.
Galerías Martín
Tres mujeres pioneras, María, Lola y Paula Martín Díez, son quienes pusieron en marcha en 1958 un negocio de ropa que acabaría contando con 16 tiendas y 160 empleados. La cadena cerró a finales de 2018 por jubilación, aunque la franquicia situada frente al Mercado de Ruzafa siguió abierta, regentada por otra familiar, según recogía Las Provincias. El aumento de la competencia de comercios chinos en el sector textil hicieron que sus empleados no se atrevieran a tomar el relevo y que estas históricas galerías se perdieran.
Paños Mallent
Esta sastrería tradicional acabó su andadura después de 76 años, a finales de 2018. Dos generaciones se hicieron cargo del negocio, pero tras la jubilación de José Mallent, su dueño, y con sus hijos dedicados a otras profesiones, nadie tomó las riendas. «El problema es que la industria textil española ha desaparecido. (…) Ahora todo tiene otro funcionamiento», contaba su responsable a ValenciaPlaza.com.
Relojería Filiberto León
La relojería de Filiberto León —abuelo— pudo abrirse en 1902 gracias a un golpe de suerte. A la mujer del relojero le tocó la lotería y pudieron trasladar el taller en el que trabajaba en el patio de su casa a la calle Pie de La Cruz, según ValenciaPlaza.com. Con la Guerra Civil, pasaron a instalarse al número 3 de la calle Ribera, donde permaneció casi 80 años más. A comienzos de 2017, Filiberto León —nieto— tuvo que poner fin a los 115 años de negocio tradicional, después de toda la vida dedicándose a él, por el declive que las nuevas tecnologías han supuesto para la relojería artesanal y por no contar con relevo generacional.