Valencia ha dado grandes genios en muchísimas disciplinas a la Historia. Desde actores y actrices como Arturo Valls o Inma Cuesta a pintores como Joaquín Sorolla. Pero de entre todos ellos hay uno con el que la ciudad guarda una estrecha relación de amor-odio: Santiago Calatrava.
El arquitecto, de una forma u otra, no deja jamás indiferente a nadie. Tan espectaculares son sus obras como los escándalos que suelen rodearla.
Reconozcámoslo: sus edificios son bonitos. Útiles, no sé. Pero bonitos lo son un rato. Ahí tenemos no solo los que conocemos en Valencia, sino también otros como la bodega Ysios de Laguardia, en Álava; la Turning Torso Tower de Malmö, en Suecia; o el Oculus, la parada del metro en el World Trade Center de Nueva York.
Te pueden gustar más o menos, pero son edificios hechos obras de arte.
Ahora bien, ¿son prácticos? Bueno… a ratos sí, a ratos no. En la memoria tenemos por ejemplo el Teatro del Palau de les Arts, del que hubo que quitar 100 butacas porque no tenían visibilidad alguna del escenario. Eso sí, cumplen con una función social enorme: en cada ciudad en la que se coloca un edificio o puente suyo vemos cómo crece el turismo.
Sin ir más lejos, en Valencia ha pasado. La Ciutat de les Arts i les Ciències es un foco para turistas de todo el mundo. Lo mismo podemos decir del Palacio de Congresos de Oviedo. Calatrava es igual a dinero.
El coste de una obra de Calatrava
Y hablando de dinero, están sus presupuestos. Cómo los ajusta es, como poco, cuestionable. Quiero decir, su ingeniería económica está a años luz de su ingeniería creativa, si podemos decirlo así. No hay obra suya que se haya ajustado al presupuesto previo.
Por ejemplo, la estación de metro antes mencionada: la idea que trasladó Calatrava es que se haría en 5 años y costaría 2.200 millones de dólares. Finalmente se construyó en 12 años y por 4.000 millones. Y lo del Ágora es de traca.
El prestigio de sus obras
Lo que se puede extraer es que en su modus operandi prima la estética sobre la función. Cada edificio es una escultura: el Puente de l’Assut d’Or o el Auditorio de Tenerife son claros ejemplos de su estilo. Que esa es otra: un edificio de Calatrava es altamente reconocible. Y eso tiene su mérito. Mucho.
Todo esto ha levantado no pocas polémicas, porque además en varios de sus edificios está habiendo problemas estructurales. En la bodega de Ysios salieron goteras y humedades, de las paredes del Palau de les Arts se desprendieron trozos del trencadís que lo recubre y hubo que recolocarlo, el Puente de Vistabella en Murcia hubo que recubrirlo con una moqueta porque era muy resbaladizo cuando llovía… Y sin embargo, Calatrava sigue siendo una figura de prestigio en el mundo de la arquitectura y un motivo más de orgullo para Valencia.